miércoles, 20 de enero de 2016

Madurez


Aquel día me desperté especialmente inquieta.

Me acerqué al espejo, observé detenidamente esa cara reflejada en él, no parecía ser la mía. Era una cara envejecida, unos ojos, mas pequeños que antes y tristes, muy tristes.

Todo era tristeza en aquella cara. Una lágrima involuntaria se escapó, bajaba -ajena a mis pensamientos- alegremente por las mejillas. No tardó en aparecer otra y otra, ya era un llanto profundo y desconsolado.

En ese momento él me abrazó y me susurró al oído: ¡Buenos días cariño!

De un respingo me dí la vuelta para no ver aquel rostro que me estaba amargando y me miré en sus ojos sin decir nada.... 

Él, suavemente me giró de nuevo hacia el espejo y volvió a decir: ¡Hoy estas preciosa!

Me besó en el cuello como él sabia que me gustaba. Una profunda emoción hizo vibrar mi cuerpo y me sentí mas mujer y mas viva que nunca.
Nos dormimos nuevamente abrazados, muy abrazados, felices, muy felices.

Cuando volví a despertar, fui corriendo al espejo, quería ver de nuevo esa cara triste y aviejada que aquella mañana me encontré al levantarme.

Estaba allí, era la misma, igual de vieja y cansada, pero... ¡había algo nuevo en aquellos ojos!

Me acerqué al espejo hasta casi vizquear auscultando con detalle lo que en aquellas pupilas se vislumbraba.

Como una película, vi reflejada en ellas primero una niña, mas tarde una loca jovencita y así, sucesivamente, vi pasar por aquellas pupilas toda mi vida.

Me volví hacia él, todavía dormía, también estaba mayor. Acaricié su rostro arrugado y pude sentir un tremendo amor y una inmensa ternura.

¡De nuevo era feliz!. ¡Ya no me importaba la cara del espejo!. Era vieja, sí, pero en sus ojos estaba reflejada una intensa, placentera y larga vida.
Aquel día creo que me hice mas mayor. Pero lo que empezó como un drama, acabó como el mejor momento de mi vida.



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