jueves, 28 de enero de 2016

Luz de luna



Es de noche.
La luna pesa altiva como bola de mármol.
Intensamente peina el mar ciego, invisible,
con rizos y reflejos de platino y rubíes.
Languidecen sus ondas rebeldes, incapaces
de continuar erguidas.

A lo lejos,
encima del pantano negro de la bahía
un barco aguarda al pairo para arrimarse al muelle,
a rincones oscuros, donde caen estrellas
sobre enroscadas cuerdas y castillos de fardos
con mortajas de almenas.
Duerme el mar,
desmenuza secretos a oídos de las rocas.
Yo los escucho atento, aunque él no se dé cuenta.
Yo los siento y admiro con temor y respeto.
Y es el mismo. No hay quien lo haga enmudecer;
sólo la bajamar.
Su descanso
se ensancha con la espuma escupida en la orilla.
No trae lágrimas vivas, paridas por el viento.
Se deshacen las olas en un dulce vaivén.
Me despertaron antes con su reloj de péndulo,
arcano y cadencioso.
Se diluye,
en éxtasis de añil, en un gris lapislázuli,
el agua en la penumbra. Sin doblarse a la brisa,
silencia en su garganta los constantes ronquidos,
los graves estertores buscando un escondite
en calas y escolleras.
En sollozos,
parpadeante, un lucero en la luz aterida
me mantiene despierto, con la mirada absorta
en la ventana, que huye con la noche a la espalda.
Marchita la marea, la oscuridad se aleja,
y la luna se quiebra ante el día.

(Antonio Macias Luna)






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